Árida y semi desnuda te encuentro siempre así cuando viajo por tus caudales rojos de arenas que dilatan el tiempo Entre el verdor y el olivo, el mudo pregón de los que han sido tus hijos que de viejas glorias hoy se desvisten. Mudos como aquellos gritos invictos ‘Qué viva el Rey!’—‘Qué viva la Madre Iglesia!’ como las campanas de algún pueblo que se esfuma contra un telón de laja mi propio encanto ahí vertido, una acuarela estrujada en tu soledad Vístanse así tus entrañas de calizo y beis mil y un paisajes que entonan una única canción, la de tu llanto sin consuelo, la del rasgueo retumbante que llama y que suscita de tus hijos muchos una sola madre C. Alberto